“Pase la mejor estancia de su vida mientras es tratado como los dioses en El Hotel, uno de los mejores del continente”. Ese es el anuncio que aparece en la página cinco del periódico de hoy; el niño que reparte los diarios por este pueblo llegó con cierta prisa y entusiAsmo a mostrarnos la publicidad que eventualmente, y sin dudar, pondremos en nuestra recepción para atraer más clientes ¿Quién se lo imaginaría? ¿Quién creería que pasaríamos de pedir préstamos a bancos y a fábricas en tiempos de posguerra a tener nuestro primer anuncio en el periódico?
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Han pasado veintidós años desde que nos conocimos, ella era la hija de una partera muy conocida en la región y yo era el hijo de un héroe de guerra; ambos nos conocimos en la escuela. Recuerdo cómo en aquel verano del 32 ella me ofreció un poco de su merienda porque mi madre no pudo darme 5 centavos para comprar algo de comer, ya que en la noche anterior lloraba desconsolada porque su marido no volvía de la base militar, tenía miedo que yo corriera con el mismo deStino. Luego de merendar le dije mi nombre y ella me dijo el suyo – soy Adelaida –, nos estrechamos las manos y desde ahí, jamás nos hemos separado. Ese mismo año, nos propusimos montar un hotel: sería el espacio en el que los desahuciados, los solos, los perdedores y los desesperados se sentirían como en casa, el lugar sería atendido por nosotros, los mejores amigos de todos los tiempos.
En el 42, Adelaida partió a Viena, tenía que acomPañar a su tía en un viaje de negocios justo en el clímax de la Segunda Guerra Mundial, creí que nunca volvería, pero llegó mejor que nunca, resultaba que su tía le enseñó un poco de economía y cómo entenderse con la gente de negocios, ello me parecía estupendo porque, aunque yo sabía un poco de cálculo y matemática, era mejor alguien que supiera de patrimonio en aquellos tiempos de crisis. Cuando ella regresó de su vIaje nos sentíamos como un tren imparable, uno que recorrería kilómetros, uno cuyo suministro de carbón sería ilimitado porque la llama de nuestra amistad jamás se apagaría.
“¿Y bueno? ¿Dónde construiríamos el hotel?” Me preguntó Adelaida mientras tomábamos té una tarde de sábado, yo le dije que sabía que mi madre había heredado unos terrenos de mi abuela hace mucho tiempo tal vez ella, en un acto de bondad con su primogénito le ceda uno en el que instalará un hotel para desahuciados; al día siguiente corrí con insistencia a la morada de mis progenitores y sin mediar palabra dije “mamá ¿Es verdad que la abuela te heRedó algunos terrenos?” ella asintió y me dijo que su abuela (la nana) como le decía de cariño, le contó que nuestra familia era descendiente de una mujer millonaria en la Edad Media, ya que se quedó con todo el dinero de su marido, quien a traición tuvo líos de faldas con la mujer que les ayudaba con las labores de la casa.
Me dijo también que nuestra fortuna, hasta el sol de hoy; fue, es y será gracias a la bruja blanca que alertó a aquella mujer (mi tátara tatarabuela, tal vez) sobre las infidelidades de su esposo. Mi incredulidad por esas historias hizo que soltara una risa sutil frente a mamá cuAndo me contó aquella historia. Sin embargo, resultaba que el rancho de la mujer que se volvió millonaria de la noche a la mañana en aquel pueblo del medioevo estaba disponible, así que, sin mediar muchas palabras, mi mamá me lo cedió.
Días después fuimos con Adelaida a ver la casa que nos cedió mamá: era perfecta. Aunque era una casucha descuidada de madera había elementos que conservaríamos, como la puerta principal que era de madera de roble centenario, la tátara tatarabuela tenía muchos libros en los que hablaba de magia y artes seCretas, así que los conservamos (para que las bendiciones de la mítica bruja blanca llovieran sobre el hostal); además de libros, aquel rancho tenía en el jardín margaritas y rosas que, aunque cubiertas en hiedra, expulsaban calor de hogar en su olor.
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Afortunadamente logramos dar con un excelente arquitecto ya que todos los que Adelaida conocía emigraron a reconstruir las ciudades que quedaron devastadas por la guerra, el experto era un hombre que nació en aquel pueblo y, para evitar el conflicto, entró a la universIdad, teníamos la misma edad, ello era un buen indicador ya que no me agrada mucho la gente mayor: ellos eran prepotentes y bastante impositivos. A Frederick – el albañil – le mostramos un dibujo que hicimos en el 39 con Adelaida, tan pronto vio el dibujo, el arquitecto sonrió y empezó a tumbar los viejos cimientos de madera para empezar la construcción de “El Hotel”.
La reconstrucción duró meses, lo entendíamos y éramos conscientes de que el trabajo que había que hacer allí era extenso, ‘Fred’, como le decíamos de cariño al albañil dijo que tendría que montar cimientos de ladrillo y concreto – Es la moda de hOy día –, me dijo. Además, teníamos que radicar autorizaciones y licencias con el ayuntamiento para que permitieran la instalación de redes eléctricas y según Fred ello – suele tomar tiempo porque con luego de la guerra, todo el mundo está volviendo a empezar –. Creíamos que la reconstrucción iba a tomar hasta la infinidad, pero afortuNadamente, todo estaba listo; con Adelaida creíamos importante abrir las puertas del hotel el 5 de septiembre – día en el que nos estrechamos las manos y compartimos merienda en el 32 –.
Y como tenía que ser, el martes 5 de septiembre de 1950 nuestro hotel pasó de ser un simple sueño de mejores amigos a ser algo palpable, un lugar del que nos sentiríamos orgullosos hasta el día de nuestras muertes y más allá. A la inauguración llegó el alcaide con su esposa, una modelo de manos; también estuvieron mamá y papá quien fue rEcibido con venias y aplausos por su servicio en la guerra, a la par arribó la partera madre de Adelaida que llegó con su nuevo esposo, el elegante duque de las tierras más lejanas que hay.
Al entrar al hotel se ve de frente la recepción y según nuestro dibujo, y lo que reconstruyó Fred, nuestro hotel tiene once plantas, cada planta tiene unas quince habitaciones, bueno excepto la última, que es la suite presidencial. Además, cada habitación tiene su tocador propio, una cama de tamaño King y un televisor, Adelaida creía que más clientes llegarían a hoSpedarse si incluíamos televisores, ya que todo el mundo moría por ver “Yo amo a Lucy” o “Las Aventuras de Superman”, con George Reeves como protagonista.
Además de novedosos televisores que arrojan señales en monocromático, cada habitación estaba decorada con papel tapiz con un patrón de rosas, las mismas que algunos huéspedes verán en el jardín cuando se asomen por el balcón. El patrón lo elegí yo porque Adelaida tiene malos gustos a lo que moda se refiere: el día de la inauguración acordamos llegar vestidos de amArillo para atraer la alegría y la riqueza al hotel, era un acuerdo, pero Adelaida eligió la rebeldía y lució un hermoso vestido azul pomposo desde la cintura y que le llegaba hasta los tobillos, se veía hermosa, pero no habíamos acordado eso.
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Han pasado cuatro años desde que abrimos nuestro hotel: Adelaida tenía razón, resultaba que muchos llegaron a hospedarse para ver televisión, los botones y mucamas eran tan cordiales que los visitantes frecuentes pedían atención de algún empleado en específico. En aLgunas ocasiones Adelaida o yo estábamos frente a la recepción – en la que casualmente poníamos sobre la tornamesa los recientes vinilos con sencillos de Sinatra y Elvis – y durante nuestras guardias vimos muchos rostros e historias singulares:
Como la pareja de enamorados que llegaba a pasar su aniversario de matrimonio número veintitrés en el hotel, los tortolos me contaron un corto relato de cómo se conocieron en un verano del 19 cuando solo eran adolescentes rebeldes, de inmedIato recordé a mamá y la historia fuera de serie de mi familia con una “bruja blanca”; resultaba que la pareja fue unida gracias a una astróloga que vivía en París – Yo soy Escorpio y ella es Aries, soy su mal karma –, me dijo con ciertos aires de confianza el enamorado esposo, y yo, sin entender mucho de lo que aquel hombre me dijo le di a la hermosa pareja las llaves de la habitación 202.
Adelaida me contó también que recibió a un hombre, un tanto cabizbajo, resultaba que su prometida lo plantó en el altar y lo cambió por otro sujeto, un militar que había regresado de la guerra. –Estaba ebrio, tenía la camiseta puesta al revés, pero era un hombre guapo, teNía los ojos verdes, y aunque sus cuencas estaban en el otro mundo, era apuesto –, me dijo Adelaida quien me comentó que le dio al pobre solitario las llaves de la habitación 113 para mantenerlo vigilado y evitar accidentes.
Había guardias en las que estábamos Adelaida y yo frente a la recepción en un oscuro agosto de esos vimos un hombre que vestía de gala, olía a colonia costosa y tenía sus manos ocupadas: en la derecha tenía un reluciente troFeo de oro y en la otra tenía una botella de caro vino blanco, nos pidió la suite presidencial, pero el cuarto estaba ocupado por el canciller de Austria, quien estaba pasando las vacaciones con su esposa e hijos en el pueblo; al opulento rubio le dImos la suite 1015 – Quiere sentirse más cerca de las estrellas –, me dijo Adelaida al ver los aires de despotismo que irradiaba aquel hombre.
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Con el tiempo eran pocas las guardias que hacíamos en el hotel, le iba muy bien así que designamos a un jefe encargado: Peter, amigo nuestro desde el 40, también creía en que haríamos realidad el sueño de nuestra amistad. Peter llegó con su esposa y su adorable perro a la ciudad. Con profunda confianza lo dejamos a cargo y desde que él está a la cabeza al hotel, le va exceleNte. De hecho, consideramos expandirnos y montar la siguiente cadena de hoteles y competir con las que ya son exitosas.
Esos son planes que discutimos con Adelaida cuando nos reunimos a tomar té los sábados, hablamos por horas, horas que jamás se sienten pasar. En nuestras charlas hablamos de una de las vecinas del hotel que salía de vez en cuando a insultarnos, no sabíamos que estaba embarazada y su esposo la había abandonado; entre charla y té discutImos sobre el desempeño de Peter y Anne, una de las mucamas que estaba cumpliendo sus sueños de universidad. A veces me habla sobre su novio, un hacendado cuya única propiedad colinda con los jardines de margaritas y rosas del hotel y en momentos de alegría le hablo de mi gato y las rabietas que me saca porque dañó los muebles que compré apenas el mes pasado.
Otras veces nos senTamos y hacemos contacto visual por horas, como si nos estuviésemos viendo al espejo, como si estuviésemos aún en aquella fría mañana del 32 compartiendo meriendas, inocencia, sueños y anhelos, esperanzas cándidas como la de creer que en cincuenta años seremOs recordados, no por ser los poderosos dueños de una cadena de hoteles, sino por ser los mejores amigos que existieron en aquella villa.
LA INSPIRACIÓN: Este escrito es muestra de que no hay que parar de escribir y que hay que dejar las ideas fluir hasta que no den para más.
Siempre quise contar la historia de amistad y sueños con mi mejor amiga: cómo nos conocemos desde el jardín y cómo, a pesar de todo, las circunstancias nos terminan juntando.
“El Hotel” es una historia del baúl que me pone contento porque partió de un experimento interesante: en vez de contar una historia lineal y, tal vez aburrida para muchos: “conocí a mi mejor amiga en 2003, nos hicimos amigos y desde entonces jamás nos hemos separado…El fin”.
Preferí usar todos esos signos y palabras clave que solo ella y yo sabemos y, a partir de ahí, viajar a los años 50 y ambientar nuestra historia en tiempos de la posguerra, viajes en tren, fábricas, lenguaje, música y expresiones… En fin, tiempos en donde todos se “reconstruían y empezaban de nuevo”. Todas las menciones fueron sacadas de un mood board para dar la sensación real de que estábamos en 1950 y que en serio soñábamos con ser dueños de un hotel en esas épocas.
Me excuso de una vez si hay eventos que no cuadran históricamente.
Además de usar referencias a los 50, también hay referencias al tiempo presente que solo entenderán ella y algunos amigos cercanos, además hay alusiones a historias que ya conté (como El Solo y Narciso) e historias que vendrán, como brujas blancas y Edad Media, pero ese cuento lo dejamos para la próxima.
GRACIAS POR LEER.
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