La mesa está servida y él aguarda por los invitados, el ambiente huele a cacao por la esencia que usó el pastelero para hornear el pastel de chocolate con relleno de maracuyá que él llevaba años pidiendo para celebrar, en once horas un hombre dejará la habitación veintidós de su vida y verá el ritual empezar otra vez: Todos cantarán con sincronía ausente la canción del cumpleaños, fingirá sorpresa y se incomodará mientras todos cantan, pensará en pedir uno o dos deseos que jamás se harán realidad y soplará las velas para recibir con inocencia un nuevo ciclo en su vida… El vigésimo tercero.
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¿Qué podemos decir de aquel hombre que está a punto de llegar al nivel veintitrés? En otros tiempos, él era conocido como el estático y cohibido muy poco capaz de correr millas y ganar trofeos brillantes porque no es buen atleta, solo era bueno para los cálculos complicados y la introspección; con el tiempo encontró métodos para pronunciar sus reflexiones y evitar el escrutinio al que siempre estuvo expuesto.
La metamorfosis se dio entre los años 16 y 21 de su vida, pero en veintitrés ocasiones posteriores al abandonar el capullo se sintió sin rumbo, perdido en champán del caro y cervezas llegó a su año 22, ahí perdió todo, desde su potencial, sus amigos brillantes como monedas de oro y la energía por demostrar que era digno ¿Qué hizo al respecto? Bueno, cuando por misterio se enteró de su caída empezó a escribir cartas al principio para que cuando perdiera su optimismo, las notas dirigidas a la nada, fueran capaces de evitar un hundimiento escaso de fatalidad como todos vaticinaban.
Los días de perro no arrebataron por completo el espíritu del homenajeado, aún tenía aliento para una fiesta más, el evento lo organizaría su mamá una optimista recolectora de rosas y margaritas, ella se encargó de invitar a primos, tíos, abuelos y amigos del homenajeado. Mientras la madre del cumpleañero se encargaba de la logística él salió a dar una vuelta en la mañana y se topó con extraño idealista que lo abordó y le aseguró que los veintitrés serían diferentes, “estás más lejos de cielo de la infancia y la rebelde adolescencia y más cerca a los veinticinco y la intrincada vida adulta”, le dijo el desconocido – ¿Por qué no puede ser más simple? – pensó el homenajeado, la realidad lo golpea en la sala de estar, luciendo un ridículo gorro de cumpleaños, aguardando en la entrada por los invitados que son como las promesas rotas: inciertas e impredecibles.
Por la puerta él vio entrar a ocho payasos, los bufones tenían sus caras pintadas de blanco y sus rojas narices tenían forma de corazón roto, los bufones solían ser aquellos pretendientes que nuestro cumpleañero llegó a querer con cerebro, nervios, venas y arterias. Ellos fueron los que jugaron con su mente ofertándole esperanzas de eternidad, mientras que por la espalda jugaban con su corazón; veintitrés veces le dijeron “eres mío” para frenar los arrebatos y fuegos de libertad que tenía el impensable homenajeado.
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En el grupo de bufones el cumpleañero destacó a uno que tenía sombrero de arlequín medieval y su boca pintada más bien marcaba una terrible cara triste; además de ello, el payaso, al que todos le decían “Juanín el cariacontecido”, cargaba una pequeña e improvisada inscripción que decía “Sorry”, de vez en cuando levantaba el letrero y con esperanzas de que por suerte terminara en campo visual del homenajeado las veintitrés veces que el cumpleañero pasó cerca al lugar de la sala de estar donde estaban congregados los payasos. Pobre Juanin, falló todos los veintitrés intentos en los que pretendía llamar la atención del homenajeado con excusas improvisadas, pues cuenta el rumor que Juanin fue contratado para el mismo evento el año anterior pero jamás se apareció llevando a que el truco del balancín humano de los ocho menos un payaso fuera el punto bajo el incómodo de la fiesta.
Hablando de decepciones y personas dignas de frustraciones, por el corredor, nuestro protagonista vio a un ingrato que era como el hijo de los hermanos de sus padres, la presencia de aquel hombre egoísta se sintió como las barras de acero que confinaban al homenajeado en una cárcel de oro - ¿Qué hace él aquí? -, comentó el cumpleañero con uno de los veintitrés invitados que en la sala de estar aguardaban. Resultaba que el ingrato era cándido en presencia del homenajeado, pero cuando él se iba, el pobre desleal lanzaba maldiciones sobre el poco talento que el cumpleañero tenía, llevando así a la histeria del hoy festejado; al hombre él le entregó una nota que decía:
“Estaba en el suelo, cuando la guerra estalló,
Todos en sus caballos de Troya, invasión.
Eran en los que de todo corazón siempre confió
La hostilidad les dio seguridad,
Pero él seguía en el suelo esperando su redención.”
Tan pronto como el ingrato leyó la nota abandonó cabizbajo la sala de estar y el pequeño agasajo.
De compañías impredecibles y payasos, a la reunión llegó también un hombre, conocido por ser el más poderoso e inalcanzable de la región, su nombre brillaba en lo alto de la ciudad, los invitados rumoraban que el cumpleañero ayudó en diecinueve ocasiones al talentoso hombre que apareció en la fiesta con una máscara: “es para que nadie lo vea… Nadie en la farándula espera verlo aquí”, dijo una invitada que estaba en una de las esquinas de la sala de estar. Antes de llegar a su aniversario número 23 el homenajeado sabía que él galán no era quien parecía, era un lobo disfrazado de oveja que camuflaba las más terribles traiciones en frases como “Ellos se lo pierden, yo siempre estaré aquí”.
Fue en una noche de febrero de su año 22 cuando el cumpleañero supo que las manos ofrecidas y el compañerismo honesto era solo humo, humo toxico que se extendía por la habitación tan pronto como intentaba palparlo y sentirlo tangible. Tan pronto como el homenajeado vio al hipócrita enmascarado lo aisló a él a su lástima en un lugar que se sentía tan oscuro y vacío obligando al reluciente enmascarado a irse del lugar. Veintitrés buenos pensamientos llovieron cuando el farsante dejó la sala de estar porque todos en el lugar sabían del poder de sus mentiras y juegos mentales.
Buena energía trajo también una maga que llegó para entretener a los invitados. El homenajeado la conoció un día soleado durante su año 21, sin muchas expectativas la hábil hechicera resultó ser todo lo opuesto al brillante enmascarado. En la ciudad no la conocía ni su madre, pero cuando el homenajeado pasaba por tiempos terribles de lluvia interminable, ella siempre estuvo allí, firme como roca; cuando el panorama se aclaró, fueron veintitrés las veces en las que ella acorrió a proveer más esperanza y magia al homenajeado, ella era una maga de las mejores porque tenía la habilidad de manipular a su antojo el fuego y leer el destino de los otros usando solo una taza de té.
Mientras la madre del cumpleañero buscaba las veintitrés velas para poner sobre el delicioso pastel de chocolate, el homenajeado vio a un hombre solitario que tenía una nube gris sobre su cabeza, el hombre tenía las ropas mojadas producto de la tormenta que se sintió como una ruptura fuerte del corazón. Algunos invitados comentaron que el solo hombre entró tocando madera para invocar su buena suerte, después de todo su voluntad y ganas de ser mejor que en antaño, fueron las únicas sobrevivientes al naufragio, a las promesas que ella rompió. El homenajeado corrió a saludar al mojado hombre y le dijo que se pusiera cómodo, que la fiesta estaba por empezar.
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Veintitrés veces, antes de terminar en la sala de estar, el homenajeado creyó que no habría cantidad de amigos suficientes para llenar los asientos vacíos en las sillas de merienda y los equipos que lo eligieron de último en la escuela, pero en su fiesta vio a un optimista que tenía la luna sobre sus hombros; el hombre era fuerte como su voluntad y todos en el lugar comentaban que él era de esas personas que lograban cualquier meta que se propusieran en el complejo camino de la vida. Cuando el cumpleañero vio a aquel sujeto a los ojos cantando sin complicación la canción del cumpleaños sintió que no tenía que intentar más, que todas las personas que necesitaba estaban congregadas en la sala.
Al ver al hombre solo, a la maga, al hombre de la luna y a los demás invitados el homenajeado olvidó las veintitrés veces que sintió que no valía algo, las noches en las que lloró sintiéndose menos que los iluminados que dominaban sus batallas, conquistaban otros reinos, reclamaban sus tesoros y probaban los gratificantes aires de la victoria. Cuando la canción del cumpleaños terminó, el homenajeado sintió un aire diferente en el lugar, no había regalos que abrir o personas enmascaradas esperando a verlo quebrar para saquear su alma.
Y el ritual empezó y terminó de nuevo: Todos cantaron con sincronía ausente la canción del cumpleaños, el homenajeado fingió sorpresa y se incomodó mientras todos cantaban, pensó en pedir no uno o ni dos deseos que esperó de todo corazón se hicieran realidad, se supo que en su mente pidió que todo se quedara así, que el aire se sintiera libre pero incierto sobre el futuro, veintitrés veces pidió por los que estaban en la fiesta, Veintitrés pidió jamás ver al enmascarado brillante, ni a los payasos de la ciudad de promesas rotas, Veintitrés veces pensó en que si aquellas figuras volvían a aparecer tendría la armadura lista para frustrar un nuevo ataque lleno de humo tóxico y esperanzas frustradas.
Se supo también que pidió Veintitrés veces por inteligencia y sabiduría para tomar decisiones y acabar con personas correctas, Veintitrés veces pidió jamás buscar compañías en cevezas y champán de nuevo. Antes de soplar las veintitrés velas miró alrededor, sonrió y de un solo soplido se apagaron y así recibió con inocencia un nuevo ciclo en su vida… El vigésimo tercero.
“Pero el sueño comienza, son veintitrés.”
VIII. EPILOGO: Estaba en el suelo (2018)
Estaba en el suelo, cuando la guerra estalló,
Todos en sus caballos de Troya, invasión.
Eran en los que de todo corazón siempre confió
La hostilidad les dio seguridad,
Pero él seguía en el suelo esperando su redención.
Estaba en el suelo, cuando su todo perdió,
Lo amaba con cerebro, nervios, venas y arterias,
Últimos latidos y el puñal con promesas le hundió.
Él ganó respeto,
Pero él seguía en el suelo sintiendo su miseria.
Estaba en el suelo, cuando la lluvia empezó a caer,
La inundación era gris, la avalancha en blanco y negro.
El aire de sus pulmones desvanecía, la fe en el color iba a perder
La tempestad acabó,
Pero él seguía en el suelo, estar ahí era su logro.
Estaba en el suelo, cuando la esperanza en él perdía,
El alma se desprendía del cuerpo que ahí yacía casi moribundo.
La soledad era una máquina que succionaba los rastros de gloria y energía,
Arrancándole con mordiscos la vida en cada segundo;
Pero él seguía ahí, enviciado en su mundo.
Estaba en el suelo, cuando finalmente se levantó,
Sus músculos se desgarraban y su alma se iluminaba.
Hubo un único lugar que ni la guerra, ni el puñal del amor desgarró,
Era su voluntad la que después de todo no caducaba.
Estaba en el suelo, estaba en el suelo y se había levantado
Cuando finalmente descubrió que él es todo lo que necesitaba.
LA INSPIRACIÓN: Tal vez sea yo. Mientras que todos los textos fueron lluvias de ideas y conexiones entre canciones, amigos o situaciones que llevaba viendo desde hace años (realmente sacados “del baúl”); una de las líneas de “Veintitrés” llegó una mañana de febrero de 2021. Me estaba sintiendo muy mal conmigo por esas semanas y uno de esos textos ya está público en El Blog: allí me desesperaba por mi situación mental y la felicidad que veía más lejos de lograr.
En una mañana en las que “me levanté y miré al techo” llegó “Veintitrés”, sentía la necesidad de darle un cierre bonito a los 22 aunque no hayan sido para nada perfectos o buenos. Mientras que ustedes probaban “Narciso, El Solo, El Achiever o Brujería” y todas esas historias que ya estaban completas, yo seguía escribiendo “Veintitrés”.
Es por eso que, durante la historia, pueden sentir como “reciclo” elementos de los otros seis relatos, a estas alturas siento los personajes de los cuentos anteriores como propios, así que vi una opción chévere en agruparlos tanto a ellos como a sus dinámicas y comportamientos en una fiesta de cumpleaños, es así como en “Veintitrés” vemos a la bruja blanca, a Killian de “Narciso”, a Adelaida y su mejor amigo, a “El Solo” renovado, a “El Achiever” antes de entrar a la sala de videojuegos… Todo para cerrar definitivamente el baúl.
Inicialmente quería escribir algo “aspiracional” para Veintitrés, pero no lo logré, tengo metas para el año que viene, pero esas jamás se comparten, así que terminé convirtiendo está historia del baúl en el epílogo, el cierre del baúl, una especie de “wrap up” a esta experiencia porque el combustible creativo se agotó al llegar a esta historia. Por eso compartí al final un “poema” que escribí en 2018 (Estaba en el suelo), aquel poema quise compartirlo desde siempre, pero cuando lo escribí sentí que hacía falta algo para completarlo y lo guardé… Ahora creo que no hacía falta nada, solo subirlo y ya.
Muchas gracias por tomarse el tiempo de leer las historias del baúl, unas con mucho sentido, otras son solo imaginaciones vagas que me llegaron a la mitad de la noche cuando tenía, 16, 19, 20, 21 o 22. Resalto y soy enfático en que me costó compartir estas historias porque siempre tuve. Presente eso de “Nicolás, esto no va a pegar” (presagio que resultó ser cierto), pero lo hice para celebrar el blog, para celebrar la compañía de los que inspiraron algunas historias (El Solo, El Hotel, Brujería, El Achiever), para agradecer a los que ya no están (Fantasma) y para alejarme en paz y sin que lo sepan –porque jamás la leerán– de aquellos que creí eran amigos reales (Narciso).
Gracias, gracias, gracias… en serio. No tengo palabras para agradecer el que haya llegado a este punto conmigo… GRACIAS.
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